Templarios hoy I

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La supervivencia de la Orden del Temple.

Por Christopher Knight

Desde que en el año 1119 un pequeño grupo de caballeros diese origen a los “Pauperes commilitones Christi Templique Salomonis” (Pobres caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, conocidos también como Orden de los Caballeros del Temple), con el objetivo de proteger a los peregrinos que visitaban Palestina tras la primera Cruzada; hasta el 11 de marzo de 1314 en que fue ejecutado Jacques de Molay, Gran Maestre de los Templarios, transcurrieron dos siglos de la historia de una de las organizaciones más enigmáticas que nunca han existido.

La leyenda de la Orden del Temple comenzó a forjarse a partir del suplicio del último gran Maestre de la Orden, Jacques de Molay y Geoffrey de Charney, preceptor de Normandía, ardiendo “a fuego lento” en una hoguera de la isla de los Judíos de París, frente a la gran catedral de Nôtre-Dame, un fatídico lunes, 18 de marzo de 1314.
Si uno se molesta en seguirle la pista a los Templarios a lo largo de la Historia de la Literatura, descubrirá que el interés por la Orden Templaria no es un asunto exclusivo de nuestra época, donde cada año se editan centenares de títulos sobre el mismo tema, sino que la fascinación por los “Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón” ha sido una tónica general a lo largo de los siglos por todo tipo de intelectuales y literatos. Así, por ejemplo, y ya que este artículo va destinado a lectores de su cultura, en España: Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro escribe el ensayo "Sobre la causa de los Templarios", incluido en sus "Cartas Eruditas I " en 1742. Aunque ya otro español Pérez de Montalbán, discípulo de Lope de Vega, había compuesto una comedia de titulada "Los templarios", en 1638. Voltaire les dedicará el capítulo 66 de su Historia Universal, "Du supplice des templiers et de l´extincion de cet ordre", en 1753. Y Johan von Kalchberg publica el drama histórico Die Tempelherren en 1778, considerando al Temple como una encarnación histórica de la "masonería eterna", existente desde tiempo inmemorial.
Seis años más tarde, en 1813, se publicará la aportación científica más importante al tema templario en el siglo XIX: "Monument hist., relatifs à la condamnation des chevaliers du Temple, et l´abolition de leur Ordre", obra de Raynourd, y en la que guarda un elocuente silencio por lo que respecta a la relación entre la Orden del Temple y los masones.

Dentro del Romanticismo español, Bécquer y Espronceda también incluyeron a los templarios en alguna de sus obras. Pero será Enrique Gil y Carrasco quien publique, en 1844, la más lograda novela histórica de esa época literaria, "El señor de Benbibre", inspirada en la desaparición de la Orden de los Caballeros Templarios en España.

Podríamos seguir citando obras y obras que ejemplifique la fascinación que la cruel historia de estos caballeros ha supuesto en todas las épocas, desde el “Parzibal” de Wolfram von Eschenbach hasta este momento. Pero queremos llamar la atención sobre un escritor y una obra que resume de forma inusitadamente absoluta todo cuanto tiene importancia en la tradición del tema templario.
Nos referimos a Zacharías Werner, considerado por muchos el heredero de Schiller y que publicará en 1803 la obra teatral "Die Sohne des Tals" ("Los Hijos del Valle"), un poema dramático de nada menos que 750 páginas, un autor, por cierto, de verdadero “culto” entre los adeptos a las organizaciones esotéricas que florecieron en la Alemania del siglo XIX y principios del XX y que acabaron dando un sentido místico religioso a la ideología nazi, siendo el caldo de cultivo de la misma. Se trata de una pieza dramática verdaderamente enciclopédica, que hace desfilar ante los ojos del lector la multiplicidad de hechos que tienen relación con la leyenda templaria. No sólo se recapitula la historia de la fundación y de los doscientos años de existencia de la Orden, o se presentan de manera plástica todos los usos rituales de los templarios acreditados históricamente, en escenas que por ejemplo exponen una asamblea del Capítulo de la Orden, los ritos de iniciación de un neófito o la expulsión de un caballero insubordinado, sino que también se hallan todos aquellos elementos legendarios surgidos de las acusaciones levantadas durante el proceso inquisitorial, de la nueva interpretación masónica y de su empeño por resucitar la Orden y de su inversión polémica durante los años de la Revolución. Vemos la misteriosa imagen del ídolo venerado por los iniciados, vemos al neófito que ha de pisotear la Cruz y renegar de Cristo; escuchamos la profecía de la pronta muerte del Papa y de Felipe el Hermoso, así como aquella otra que interpreta la prisión de Luis XVI en el "Temple" y su ejecución en el patíbulo como desquite por la aniquilación de la Orden. Como colofón, se nos ofrece cómo tras del martirio de Jacques de Molay algunos miembros de la Orden escapados a la persecución prestan un solemne juramento para mantener en vida secretamente la Orden, y emprenden la huida hacia Escocia para ponerlo en práctica inmediatamente. Pero el mito que Zacharias Werner –quien desde su juventud había tomado parte activa apasionada en las corrientes masónicas de su época– sitúa en el centro mismo de su poema dramático, es el mito de los Superiores Desconocidos de la Orden, que en cierto modo es una encarnación pseudo-histórica de la idea de la "francmasonería eterna". Por ello se titula la obra de Werner “Los Hijos del Valle”, porque éste es el nombre de aquella misteriosa cofradía que habita en una gruta subterránea y gobierna los destinos de la humanidad según un plan soteriológico místico que abarca toda la historia universal. Ellos son los verdaderos autores del hundimiento de los caballeros templarios. El rey Felipe el Hermoso fue simplemente el ejecutor inconsciente de su voluntad. No es que aniquilasen a los templarios porque éstos fuesen una secta perversa; los templarios, muy al contrario, participan también en cierto modo y medida de la verdad última. Su error consiste en que no mantuvieron esta verdad lo suficientemente oculta en una época en la que la humanidad no estaba madura todavía para recibirla y comprenderla, y en que, por tanto, causaron un gran daño con su anuncio prematuro. Como podemos ver aquí está prefigurado lo que, en el XIX y XX sería conocido como el reino de Agharta, que tanto obsesionó a los discípulos de la teósofa Madame Blavatsky y a muchos miembros del gobierno nazi de Hitler.
Cuando la Orden del Temple fue disuelta por la bula pontificia, sus bienes fueron mayoritariamente entregados a la Orden de San Juan de Jerusalén o Caballeros Hospitalarios (hoy llamada Orden de Malta) y a las órdenes militares de la Península Ibérica, como es el caso de la Orden de Montesa en España y la de Cristo en Portugal, que fueron creadas expresamente para recibir a los caballeros templarios que participaban en la Reconquista. Pese a ello, no es fácil descubrir en estas órdenes ninguna de las posturas desviacionistas de la ortodoxia católica, de las que fueron acusados los Templarios, ni tampoco comprobar que mantengan ritos sospechosos de ser susceptibles de herejía. Es posible que estas órdenes no hubieran recibido los posibles secretos del Temple.