Masada: último bastión de los judíos

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Discurría el año 73 de nuestra era. La Legión Décima de Roma se disponía a lanzarse sobre la fortaleza de Masadá, desmantelada ya sobre la fiera meseta de roca, cuando los judíos celotes, encerrados en sus muros, tomaron una suprema decisión.
En lugar de rendirse y someterse a las represalias y esclavitud de Roma, eligieron la muerte.
El sacrificio de los celotes, caracterizados por la vehemencia y rigidez de su integrismo religioso, quedó relatado por el historiador judío Flavio Josefo. Según Josefo, su jefe Eleazar ben Ya'ir pronunció un heroico discurso: «Nos aguarda la esclavitud y el tormento si el enemigo nos toma con vida, ya que fuimos los primeros en oponernos a su yugo y los últimos en acatarlo.
Considerad que nos asiste la fortuna, pues nos es dado elegir nuestra muerte. Muramos libres, gloriosamente rodeados por nuestras esposas e hijos... Pasaremos a la posteridad por haber arrebatado el premio de las manos del enemigo, dejándole como único triunfo los cadáveres de quienes eligieron ser sus propios verdugos...»
Ben Ya'ir ordenó que se quemara toda la fortaleza (excepto las copiosas reservas de alimentos, pues los celotes deseaban demostrar que actuaban por orgullo y convicciones, no por desesperación).
Después, los casados sacrificaron a sus familias. Los supervivientes eligieron por suerte a diez hombres que matarían al resto de la guarnición. Estos diez volvieron a echar suertes sobre quién de ellos eliminaría a los demás. Por fin, el último se suicidó.
Cuando los romanos escalaron las murallas, no hallaron sino cadáveres.
Josefo escribió: «Cuando los romanos contemplaron las hileras de cadáveres no prorrumpieron en gritos de alegría sino que admiraron con respeto la noble resolución y el modo en que la habían realizado, sin vacilaciones y con desprecio absoluto por la muerte.» De 967 judíos, sólo siete (dos mujeres y cinco niños) sobrevivieron para narrar lo acaecido. Se habían escondido en una cisterna; y los romanos, al hallarlos, quedaron tan asombrados que les perdonaron la vida.
Masadá constituye por tanto una de las grandes gestas llevadas a cabo en la historia por quienes no transigieron en su independencia. Pero durante mucho tiempo se desconfió de este suceso, ya que el único relato del mismo se debía a un judío que estuvo lejos del escenario de la contienda.
La historia fue confirmada en 1963, en una de las excavaciones más difíciles que se han realizado. Cinco mil voluntarios de todo el mundo comenzaron a trabajar bajo las órdenes del profesor Yigael Yadin, máxima autoridad israelí en cuestiones de arqueología.
Masadá se asienta sobre la plana eminencia de una roca, de nueve hectáreas de superficie, que preside la llanura de Judea, cercana al mar Muerto.
Poco antes del nacimiento de Cristo fue fortificada y convertida en ciudadela por Herodes el Grande, rey de los judíos. Herodes, que vivía en constante temor de ser traicionado, construyó grandes murallas y torres alrededor de la cima y excavó diez enormes cisternas, cada una capaz de albergar 34.000 metros cúbicos de agua, para casos de asedio.
En las laderas, Herodes construyó palacios y otras mansiones fundadas sobre roca. Eran, a la vez, refugios seguros y lujosos.
Mucho tiempo después de la muerte de Herodes, los celotes, a las órdenes de Menahem, se rebelaron contra el poder de Roma. Cuatro años más tarde, cuando la rebelión estaba prácticamente sofocada, Masadá aún resistía.
En el año 72, Flavio Silva, procurador romano de Judea, marchó contra Masadá al frente de la formidable Legión Décima. A principios del año siguiente tenía construido un muro alrededor de la ciudadela, para que ningún hombre, mujer o niño pudiera escapar a la venganza de Roma.
Después organizó la ofensiva. La única vía de acceso era un risco en el flanco occidental, al que era preciso llegar salvando un desnivel de 27 metros. Para ello iniciaron la construcción de una rampa que al llegar la primavera estaba terminada. Después, fue unida al risco mediante un gran puente por el que los romanos cruzarían para el asalto final. Sólo era cuestión de tiempo. Masadá estaba sentenciada.
Diecinueve siglos más tarde, los arqueólogos descubrieron testimonios del último día de los celotes: almacenes de alimentos que no fueron incendiados, y monedas de bronce que se usaron como cupones de racionamiento.
Debajo del suelo de una pequeña sala ennegrecida por el humo encontraron 14 pergaminos celosamente guardados que parecían corresponder a los años inmediatamente anteriores al 73. Contenían citas de los libros bíblicos Deuteronomio y Ezequiel, junto a escritos apócrifos. Un fragmento de cuero mostraba un texto semejante al de los pergaminos del mar Muerto.
En un lugar estratégico, que dominaba el flanco por donde irrumpieron los romanos, se halló la armadura de un oficial. A su lado aparecieron 11 trozos de cerámica, en cada uno de los cuales había escrito un nombre. Uno de estos nombres era Ben Ya'ir.
¿Es posible que existiera un undécimo personaje a la hora de echar suertes? ¿Es posible que ese undécimo personaje fuera Eleazar ben Ya'ir? ¿Y que asistiera hasta el final de la tragedia y se matara con su propia espada? Un hombre de su talla habría aceptado sin duda este destino, después de haber solicitado a los suyos tan terrible sacrificio.
En la actualidad, Masadá es conservada por Israel como lugar sagrado. Cada soldado que ingresa en el ejército israelí formula el siguiente juramento: «Masadá no volverá a caer.».